María Rubio Méndez
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Una historia de Violencia

"Una historia de violencia" por María Rubio Méndez

Publicado en El séptimo vicio el 27/11/2006

 

 "Una historia de violencia" es una adaptación cinematográfica que llevó a cabo David Cronenberg del cómic de John Wagner y Vince Locke con el mismo nombre.

A primera vista puede resultar una película fuera de la línea del director, pero esta impresión es muy superficial. Cronenberg no es un director que se deje encasillar fácilmente, su cine, tradicionalmente de ciencia ficción, esconde un profundo análisis sociológico, antropológico y vital. La coherencia interior del cineasta reside precisamente en esto. Películas en apariencia tan dispares como Vinieron de dentro de… y Una historia de violencia tienen en común una reflexión sobre la esencia animal del ser humano. En esta última toma el carácter violento del hombre para realizar un profundo análisis del mismo inspeccionándolo en todas sus manifestaciones o, al menos, en las más evidentes. Trata la violencia desde lo cotidiano del hombre particular, la violencia que sostiene en su interior, desde las relaciones familiares y las sociales. Aparece como un elemento de ruptura, de choque entre dos identidades de un mismo sujeto. Es un motor de cambio que cumple una función esencial en el descubrimiento del yo, no de un yo absoluto, pero sí de un yo desenmascarado de los tabúes morales impuestos por la civilización. La película nos ofrece una interpretación de la violencia como la brutalidad instintiva del ser humano, entendido éste como animal. El hombre civilizado sufre una dualidad que puede plantearse en términos de la dicotomía razón-instinto, habitual en la filmografía de Cronenberg, como componentes contrapuestos de su naturaleza, que se definen y manifiestan en el acto violento. La violencia sería una respuesta instintiva ante situaciones adversas donde se revela la naturaleza humana. Aunque se ha interpretado el cine de Cronenberg como un intento de dar cuenta de las metamorfosis del individuo, parece que más bien sea un reclamo del reconocimiento de la multiplicidad del yo. Los personajes que nos presenta en apariencia sufren una evolución, un cambio, pero esta evolución no es el mero tránsito de un estado a otro, sino algo que les afecta en más profundidad: abandonan la represión que ejercían sobre sí mismos con el fin de adaptarse a los cánones socialmente aprobados y muestran todas sus caras, no es que se hayan transformado en otros, es que son ellos mismos.

El papel de la sociedad como represora del yo instintivo cobra gran importancia en el trasfondo de la película. La civilización, la gran defensora de la razón, desprecia el instinto y, por tanto, la violencia como fruto de éste. La única violencia socialmente admitida es una violencia racional, una violencia que atienda a los intereses del individuo o de la comunidad. Este hecho se pone de manifiesto en la aceptación y el ennoblecimiento del protagonista (Tom Stall, interpretado por un Viggo Mortensen alejado del Aragorn de El señor de los anillos) al ser proclamado héroe local tras reducir y vencer a unos criminales que atracan su bar. La crítica social de Cronenberg y el reclamo que pone de manifiesto en su obra es el planteamiento del ser humano como un animal que niega sus orígenes y quiere diferenciarse del resto situándose en lo que él considera un nivel superior. El antropocentrismo, el narcisismo humano, rechaza todo aquello que pueda igualarlo a resto de la naturaleza, el hombre necesita establecer una diferencia para poder aplicar su propio criterio y elevarse en su trono.

No hay pretensión en este análisis cronenbergiano de la violencia de imponer un criterio determinado, de exaltar la violencia o el instinto por encima de la razón y las relaciones pacíficas, sino de poner en tela de juicio los valores socialmente predominantes y de abrir caminos para una nueva interpretación de nosotros mismos en nuestra individualidad y de nosotros mismos como seres sociales. Cronenberg nos lleva a través de un relato neutral a posicionarnos ante lo que nos cuenta, él no juzga ni adoctrina, sólo deja caer una pregunta que el espectador ha de contestar inspeccionándose a sí mismo. No hay respuestas en la película, ese trabajo corre por nuestra cuenta, si es que queremos dárselas.

MARÍA RUBIO MÉNDEZ






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